El misterio de la unidad encierra insondables perspectiva: destella del rostro de Dios y es un reflejo del mismo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas realmente distintas y un solo Dios verdadero. Dios es la suma Unidad dentro de la Trinidad.
(Fr. Manuel González Bueno, O.P)
Dimensión Trinitaria:
Para vivir la unidad, hay que mirar a Dios y vivir a Dios. La fuente de la unión entre los hombres, entre los cristianos, entre nosotros mismos, es Dios, miremos a la unidad de los Tres, para saber realizar la nuestra. Participemos en la vida de los tres, para ser plenamente uno, para tener un solo pensamiento y un solo corazón. Aceptando la fe de Dios y amando con el amor de Dios, pensaremos y amaremos todos de la misma manera. Ellos estarán en nosotros y nosotros en ellos, y seremos uno como ellos son uno. (Fr. Manuel González Bueno, O.P)
Dimensión Cristológica:
La vida de Dios a todos se nos comunica por Cristo. El es el camino, la verdad y la vida. El Padre nos lo envío para que tuviéramos vida y la tuviéramos en abundancia. Dios nos lo da todo por El. Nadie puede ir al Padre, sino es por el Hijo. Toda la vida y gracia de Dios nos viene por Cristo, en quien tenemos la remisión de los pecados, la abundancia de las divinas bendiciones y la plena incorporación a la vida de Dios. (Fr. Manuel González Bueno, O.P)
Dimensión Eclesiológica:
La realización de este ideal de unión con Dios y con Cristo, bajo la acción del Espíritu Santo, se logra en la Iglesia. La vida que Dios nos transmite por Cristo es en orden a que todos formemos su única Iglesia. Cristo nos convivifica y nos salva, incorporándonos a su Iglesia, de la que es el Fundador y la Cabeza, para que todos seamos el único Reino de Dios que El vino a instaurar, la única comunidad o familia de los salvados y santificados por su sangre.
La Iglesia es la que posee y realiza la unidad de la Trinidad, a la que todos estamos llamados. (Fr. Manuel González Bueno, O.P)
Dimensión Mariológica:
El modelo y la Madre, el prototipo y la cooperadora, de esta plena comunión con Dios y con todos, se nos ofrece en la Santísima Virgen María. Por ella el Padre nos entrega a su Hijo amado; ella, consagrándose a la obra de su Hijo, colabora con El, al nacimiento de los hijos de la Iglesia; y el Espíritu Santo la asume para formar el cuerpo físico de Cristo en la encarnación y el Cuerpo místico de Cristo en la salvación de la humanidad. (Fr. Manuel González Bueno, O.P)